Los Rolling Stones bajo los ojos de Sandro Romero Rey

“Piedra sobre Piedra, Confesiones de un Adicto a los Rolling Stones”

Sandro es un hombre de múltiples talentos, que desarrolla su actividad diaria entre el teatro, el cine, la radio, la literatura, la televisión, la docencia o la música. Es tal vez el segundo residente colombiano que más conoce a los Rolling Stones. (El primero, sin duda, es Andrew Loog Oldham primer manager de la banda, quien vive en Bogotá), pero el más profundo y comprometido estudioso y adicto que tengan los Stones en este país.

CUBIERTA PSPPara celebrar este amor de fan que lo ha llevado a recorrer medio planeta siguiendo las huellas de la banda de sus afectos, el Taller de Edición Rocca ha sacado al mercado el más sorprendente libro sobre declaración de amor alguna de un seguidor incondicional hacia los Rolling Stones.

Se trata de una colección de relatos admirables de sus encuentros reales en ciudades como Barcelona, Nueva York, París; o imaginarios como la increíble historia desarrollada en Cali. En un tono tan íntimo y suyo, que nos hace vivir y experimentar lo que él sintió en sus conciertos. Y con tal pasión que llega hasta el punto de transmitir en cada capítulo, entre las palabras, muy suaves y ecoicas, las guitarras de Wood y Richards como si armonizaran la narración. Un libro capital para entender a los Stones desde su mirada de fan, pero también desde unas guías completas de sus discos, películas y libros.

Para alegría nuestra, Sandro Romero ha decidido compartir con los lectores de Mtres el primer capítulo de su más reciente libro “Piedra sobre Piedra, Confesiones de un Adicto a los Rolling Stones”.

Piedra sobre piedra (Confesiones de un adicto a los Rolling Stones)

Por: Sandro Romero Rey

Sandro Romero Rey
Sandro Romero Rey

La vida está muy mal diseñada. Este libro he debido escribirlo cuando tenía, qué se yo, quince, veinte años. Le pertenece a un autor que se ha extraviado en el tiempo y que se emociona con otros ritmos y otras melodías. Pero las publicaciones salen debajo de la manga cuando el autor menos lo piensa y el poema que debió ser su testamento termina siendo su opera prima y el libro inicial se convierte en su obra póstuma. Nadie sabe qué va a suceder cuando se arroja la piedra de la felicidad y se esconde la mano del destino.

Sin embargo, hay textos que se vuelven necesarios. Durante años, he publicado artículos y libros sobre el mundo de la música rock, más por divertirme y por evitar los noticieros de la televisión, antes que por convertirme en un erudito de las guitarras eléctricas. Ha pasado media vida. Cuando menos lo pensé, había escrito y vivido tanto sobre los Rolling Stones sin proponérmelo, que me di cuenta, entre acetatos y compactos, de que allí se encontraba buena parte de mi autobiografía.

En esos textos se escondía una selección de las películas que amaba, de los libros sufridos o adorados y, sobre todo, de los discos rayados por la persistencia. Entonces me dediqué a organizar recuerdos. La verdad, no ha sido muy difícil y, a la postre, se me ha convertido en un ejercicio necesario. Porque, no crean, lectores. Pertenezco a un país que se llama Colombia donde todo hay que justificarlo y donde todavía es muy extraño que un escritor más o menos obediente no se dedique a registrar tragedias sino que, por el contrario, opte por enterrar la cabeza en la arena con un par de audífonos en las orejas. Pareciera que uno se escondiese del mundo con la música. Pero no, no es así: uno se salva por la música. Y hay que buscar la forma de darle las gracias.

La gesta de los Rolling Stones, así venga de la lejanísima Britannia, no es sólo una curiosidad de revistas de farándula sino un fenómeno muy profundo, el cual trasciende la rebelión juvenil de los años sesenta, se encarga de explicar el plateado paso del tiempo, hasta llegar a las raíces mismas de la eternidad. Ellos son nuestra Piedra filosofal. Porque ver a los hermosos Stones del 64, del 69, del 72, del 81 y luego ser testigos de su jolgorio en el 89, en el 94, en el 98, en el 2003, en el 2014, no es tarea fácil.

El espectador sensible puede salir más que golpeado de la experiencia. ¿Por qué ellos sí pueden y nosotros no?, nos hemos cuestionado entre frustrados y furiosos. “El futuro de los Rolling Stones es incierto”, dijo Brian Jones en 1965. Cuatro años después, Brian Jones estaba muerto. Y ya sabemos lo que ha pasado con el resto de los Rolling Stones. Recuerdo que, en la desaparecida ciudad de Cali de mi adolescencia, algún locutor de radio afirmó que los Stones tenían un pacto con el diablo y, por eso, no se iban a morir nunca.

Es muy probable que el locutor de radio caleño tuviese más razón que Brian Jones. El paso de los años nos muestra una banda que envejece con la aterradora evidencia del pacto entre Mefistófeles y Fausto. Y les saca la piedra a los hombres aburridos. ¿Por qué no se retiran?, gritan los hombres aburridos. ¿Hasta cuándo van a seguir moviendo esa maquinaria comercial para atesorar millones? Sí. Puede ser cierto que a los Rolling Stones les gusten las libras esterlinas. Pero estoy seguro de que les gusta muchísimo más pararse en un escenario y poner a tronar sus instrumentos.

Lo que no saben los hombres aburridos, los que se quedan en sus casas y tratan de taparse los oídos con las manos, es que hay millones de personas que necesitan de los Rolling Stones. Unos por curiosidad, otros por adicción auténtica. Y eso cuenta. “Los Rolling Stones son mucho más importantes que nosotros dos”, dicen que le dijo Keith Richards a Mick Jagger. Como siempre, su verdad se impone. Porque nunca, ni el cantante ni el guitarrista, han podido ser megaestrellas del rock sin los Stones, a pesar de que uno va a cualquiera de sus conciertos y no puede creer que Mick Jagger en escena esté ad portas de la santidad. Frente al concierto de Hyde Park modelo 2013, recogido en el documental Sweet Summer Sun por Paul Dugdale, no queda más remedio que quitarse el sombrero ante la capacidad inagotable del cantante por ser el rostro y la piel de la manada.

Pero una cosa son los dientes del monstruo y otra muy distinta los dientes con lengua, labios y rugidos. Los Rolling Stones son una anatomía compacta, que depende del trabajo marcial de Charlie Watts en la batería, de las olas que van de una guitarra a otra entre Keith Richards y Ron Wood y, por supuesto, de la omnipresencia de Mick Jagger, el que bate las palmas. Y tras ellos ha habido más, muchos más, que ayudan a sostener el planeta Stone sin romperlo ni mancharlo.

No sabemos cuánto tiempo más estén al frente de los escenarios. Cuando escribo estas líneas, se preparan para sus conciertos en Abu Dhabi, en Tokyo, en Singapur, en Shanghai, en siete ciudades de Australia. Es evidente que los Rolling Stones no están ahorrando para la vejez sino que se mantienen vivos mientras trabajan. Si algo les hemos aprendido a los Rolling Stones es que trabajar y divertirse deben ir siempre de la mano. Lo ideal es ganarse todo el dinero del mundo mientras uno se divierte. Pero para tener ese talento hay que trabajar a fondo y, cómo no, divertirse de verdad. Lo terrible es que los años se fueron y los Rolling Stones no nos han dado tiempo para el agotamiento.

Y como han sabido acomodarse a las circunstancias, sus devotos también sobrevivimos con sus excusas. “¡Qué jartera volverse viejo!”, aullaba Jagger en 1966. “Hacerse viejo es algo fascinante”, dice Keith Richards 45 años después. “Cuanto mayor te haces, mayor quieres ser”. Atravesando los 70 años, no nos queda más remedio que darle la razón al guitarrista.

Este libro se ha ido armando a lo largo de los años. En 1970 tuve mi primer disco de los Stones. En 1971 tuve mi primer disco en vivo de los Stones. En 1974 vi por primera vez una película con los Stones. En 1975 tuve mi primer álbum doble de los Stones. En 1978 hice mi primer programa de radio en homenaje a los Stones. En 1980 reconocí mi adicción por los Stones. En 1989 fui por primera vez a un show de los Stones. Y allí comienzan estas líneas. Tras el concierto del Shea Stadium, dentro del Steel Wheels Tour, escribí mi primer texto de sobreactuada emoción para el Magazine Dominical del diario El Espectador.

Y, cada vez que he podido, he repetido la experiencia. He escrito guías, declaraciones, testimonios, entrevistas. Hasta publiqué una biografía de Mick Jagger para Editorial Panamericana. Antes de que todos estos actos de atrevimiento me convirtieran en un personaje típico, decidí reunir los textos más curiosos de mi edad de Piedra. Aquí están los testimonios del Voodoo Lounge Tour (publicado en la desaparecida revista Número) y del Licks Tour (de mi libro Las ceremonias del deseo). Hay cuatro extensos textos acerca de la relación de la banda con el cine, porque es gracias a las cámaras que amamos cada vez más a los Stones. Tres de dichos textos fueron publicados en la revista Kinetoscopio de Medellín. El cuarto, pertenece a mi blog espiritual.

La revista El Malpensante publicó los textos consagrados al Life de Keith Richards y a los acetatos de Andrés Caicedo (otro caleño y stoniano furibundo). En fin: la revista Shock recogió mis conversaciones sicoanalíticas. El portal Kien & Ke me ayudó a celebrar los 50 años de la banda y el Centro Cultural Gabriel García Márquez, gracias a la efectividad de Jacobo Celnik, me invitó a presentar el libro Rolling Stoned de Andrew Loog Oldham, en presencia de su autor. Aquí también están las palabras que leí en aquel momento.

Para completar la lista, en 1993 publiqué mi primera novela, Oraciones a una película virgen, con Editorial Planeta. En dicho libro, había un capítulo titulado “La diosa Kali”, del cual mi amigo caleño, cineasta y stoniano, Luis Ospina, me dijo que podía ser un libro aparte. Dos décadas después, le obedezco sus consejos con una nueva versión para el presente volumen. Hay otros divertimentos, pero invito al lector a que los descubra por sus propios medios. Por último, se encuentra una impaciente guía para aquellos que se sientan perdidos en el laberinto.

El 16 de enero de 1977, dos meses antes de su suicidio, Andrés Caicedo publicó, en el suplemento dominical del diario El Pueblo de Cali, una extensa entrevista con Andrew Loog Oldham en la que decía: “El texto que sigue es un fragmento de la entrevista (parte del libro que preparo sobre los Rolling Stones) y se entrega como primicia al Semanario Cultural”. Quisiera que el presente volumen se leyese también como un homenaje a ese libro que el autor de ¡Que viva la música! no alcanzó a escribir. Y a todos los que, como los rolingas argentinos, decidieron “seguir derecho” con la forma y el fondo musical de los viejos hijos de Muddy Waters.

Perdonadme, oh lector, los adjetivos.