Prefiero mil veces oir un disco de vinilo que un CD o un mp3

Columna publicada originalmente en el blog Rockopolis, de Vive.In, el  14 de julio del 2009

En este mundo hay de todo y para todos; hay quienes dirán que el mp3 es lo máximo, otros dirán que el CD mejoró notoriamente la calidad del sonido y otros dirán que ningún medio iguala la fidelidad de vinilo.

Yo me quedo con esos, y debo confesar que me he sentido un poco frustrado pues llegué tarde a la era del acetato. Cuando pude comprar mi música, ya era muy difícil conseguir vinilos; el medio que reinaba era el CD y los discos o “pastas” que se conseguían eran de segunda.

Recuerdo que todos los lunes, después del colegio, me iba en bicicleta al almacén La Musiteca (después Antífona) que quedaba en la carrera 15 con calle 86; iba los lunes porque siempre quería buscar algo de lo que pasaba Andrés Durán los domingos en el Expreso del Rock, pero naturalmente, al menos en acetato no lo conseguía.

Sin embargo había un par de “segundazos” interesantes. Allí, en la Musiteca, compré dos de mis primeros acetatos: ‘Somewhere in time’, de Iron Maiden, y ‘Más allá’ de un grupo bogotano llamado Ágata.

Con el tiempo pude conseguir más acetatos o vinilos, y fue ahí donde identifiqué varias sensaciones que no se comparan, ni un poco, con escuchar un CD.

Y quiero ir más allá del sonido porque no soy ingeniero y no sé las razones físicas y técnicas por las que un vinilo suena mejor.

Por ejemplo, destapar un LP tiene una mística completa. Un CD uno lo saca de la envoltura y ya estuvo, porque el disco viene protegido en su caja. Pero abrir un LP es un ritual. Primero, nunca se rompe el plástico en el que viene; lo que se hace es, con mucho cuidado, utilizar un bisturí para abrir cuidadosamente el plástico por el lado por el que puede salir el disco.

Es otro asunto cuando es un LP tipo ‘gatefold’, si bien se hace la misma operación, con tacto de cirujano se saca la caja del plástico, solo para ver la enorme foto central y de inmediato volver a guardar la pasta en su envoltura.

Ahora bien, es muy distinto leer el ‘librito’ del CD, a sacar la funda del acetato, en la que naturalmente vienen las letras, la ficha técnica y las fotos del grupo. Si es negra, se tiene mucho cuidado de no dejar las huellas digitales marcadas.

Uno se toma su tiempo, lee, mira las fotos, y ve con detalle tanto la funda como la portada… El olor del cartón recién desempacado también es característico.

Lo que sigue es sacar el vinilo, con ambas palmas, (sí… palmas y no dedos), para no dejar marcas en el acetato. Se ubica en la tornamesa y uno está listo para escuchar por primera vez el disco.

Esa es una sensación única porque, como les decía, aunque llegué tarde al mundo del LP, siempre fue muy distinto oír por primera vez el “And Justice For All” de Metallica en LP, que la vez que lo oí por primera vez en CD.

Sí, es verdad. Ya conocía ese disco al derecho y al revés, pero oírlo en LP fue muy distinto. Sobre todo porque hay más elementos en juego.

Para que me entiendan pongo un ejemplo; No soy el único que cuando pone música en el iPod se la pasa adelantando cada canción, y de 100 termina oyendo cinco completas, y eso… En el caso del CD, cuando el disco entra en la unidad se acabó la magia. Es únicamente la máquina reproduciendo el sonido; puede que uno se quede pegado al lector del CD una o dos veces, pero a la cuarta y quinta vez que se pone el CD uno ya hace otras cosas mientras suena la música.

Pero (y ahora retomo) el LP me consume. Ya hablamos del cuidado de sacarlo del empaque y todo lo que es ver la portada, letras y demás… Ahora hay que poner el disco.

Uno lo mira antes de colocarlo. Lo huele, revisa lo que hay impreso en el centro; finalmente lo ubica y uno mueve el brazo de la tornamesa. Cuando comienza a girar empieza la angustia, y el primer contacto de la aguja sobre el vinilo es maravilloso.

Se puede ver la cabeza que esta levantada solo a dos milímetros del LP gracias a la aguja, la ‘minúscula’ aguja que brilla y se ve radiante en el reflejo del vinilo.

Empieza a girar y a sonar y no se puede retirar la mirada del aparato y de ese pedazo de acetato que gira a 33 RPM, es como si se pudiera ver la música.

Y al estar ahí, oyendo la música, uno finalmente se sienta en frente del equipo y solo ve la aguja sobre el LP… Nada más importa.

Entre tanto, se ojea un par de veces las letras, pero no se deja de estar pendiente de lo que sucede en frente y cómo pasa la música, y sigue otra canción.

En los discos nuevos uno no siente el tanto el característico sonido ‘sucio’ que eliminó el CD, pero cuando se pone un disco viejo, y se oye ese ruido en los espacios, se demuestra que ha sido un disco escuchado, que ya tiene tiempo… Como cuando uno lee un libro viejo que ya tiene su olor, algunas hojas dobladas (“orejitas de burro” decía una profesora del colegio), pero que es más cómodo, eso pasa con el vinilo.

Para cuidarlo de los rayones no se adelantan las canciones como en los CD’s, si acaso uno ubicará alguna preferida y la busca manualmente sosteniendo la aguja con el dedo índice… Realmente todo es muy romántico.

Y después está la maravilla de la cara A y B… La posibilidad de tener un lado favorito. Por ejemplo, mi cara favorita del ‘Master of Puppets’ es la B… En un CD ¿cómo se identifica eso? No se puede.

Y una pieza artística como un ‘picture disc’,no tiene igual. Ver girar un ‘picture disc’ también es fantástico, porque se ve cómo los colores van cambiando automáticamente mientras la música suena.

Por todo eso. Por la magia y la nostalgia. Por las historias que se pueden contar, porque siempre es difícil conseguirlos… Por eso soy un amante de la música en formato de vinilo.

Julián López Cortés