Ramiro Meneses, ícono del punk y el cine en Colombia

En su apartamento de Chapinero Alto, el protagonista de Rodrigo D sostuvo una amena charla con En Directo*. Cambió la actuación por la dirección, pero por estos tiempos se dedica a la fotografía.

Por: María Fernanda Martínez

Es raro encontrar apartamentos como este: con una ventana que da al corredor del edificio y que deja al desnudo parte del interior. Toco el timbre y logro ver cómo un hombre, en converse negros y jean, baja apresuradamente la escalera. Escucho que discute sobre un proyecto al que lo invitan a participar, relacionado con la orientación de jóvenes pandilleros. La puerta se abre. Meneses, sin dejar de atender la llamada, me saluda con la efusividad con que se saluda a una amiga a la que no se ve desde hace  años. Me hace seguir.

“Acomódate, no me demoro”, dice. La descripción más simple de su apartamento sería: él mismo. No hay rastro de sofás, ni de mesa de centro, ni mucho menos de algún comedor. Solo un amplio piso de madera decorado con una inmensa batería, una de esas que sólo se ve una vez en la vida. Al lado, un escritorio con un computador, un estante con blocs de notas y libros: Hellboy, Ecos, El principito. Y discos de películas: Essential rock guitar. Al fondo, un maniquí con sombrero y una ventana de pared a pared y de techo a piso que enmarca un atardecer bogotano.

En la pared, blanca como todas las demás, una fotografía abstracta que parece de una flor. Es una flor. Más tarde Meneses me diría que es de su autoría. En otra pared, una línea horizontal que termina en zigzag trazada con marcador negro, como las que indican que hay vida en las máquinas de las salas de cuidados intensivos. Junto, la palabra Mutantex, sin duda, escrita con el  mismo marcador.

En Directo: ¿qué ha pasado con la música?

Ramiro Meneses: La música siempre ha estado conmigo. Hay un estilo de vida que no me gusta ventilar, al igual que la pintura, lo que escribo y la escultura. Para no sentirme mediocre, hago posgrados cada que puedo y dedico cinco años de mi vida a alguna disciplina.

Tiene toda la razón cuando dice que la música no lo abandona. Pues, inconscientemente, sus respuestas suenan igual que la letra de alguna de las canciones que tocaba con su banda de punk Mutantex, en los años 80, la misma que fue banda sonora de la película Rodirgo D, no futuro“este mundo está podrido, ya no tiene solución… hoy la prensa lo demuestra con noticias por montón”.

Porque, aunque han pasado más de tres décadas, para Meneses, en el país, sigue existiendo mucha indiferencia y crimen. No concibe cómo las personas desvían su atención en temas, para él, absurdos. Como el fútbol, del que piensa que es un gusto adquirido “situacionalmente” y no a conciencia, y la política, en la que no cree.

“Necesito la música para la actuación: leer las partituras del guion, escuchar el tono con el que hablan los actores y alinearlos para que haya una sola melodía. Para todo hay música. No soy del pensamiento de ¿por qué si uso bien la mano derecha para qué voy a utilizar la izquierda? No. Me gusta usar las dos”.

ED: Su pasión por la música lo llevó a la actuación y captó la atención del director de la película Rodrigo D, no futuro. ¿Me equivoco?

RM: Yo acompañaba, con mis baquetas, a un amigo que actuaba para esa película. Al director le atrajo mi gusto por el punk y la batería. De alguna forma mi presencia allí transformó el guion y comenzaron a llegar otros personajes que no necesariamente tenían que ver con la música, como los del punk y los pistolocos, que no eran sicarios sino ladronzuelos.

No hay entrevista en la que a Meneses no se le pregunte por Rodrigo D, no futuro. Es como si la película se hubiera estrenado hace poco y en la mente de los colombianos aun viviera aquel joven que, como el actor, nació en la Comuna 13 de Medellín, lo decepcionó la vida y, tras la muerte de su madre, vio en el punk el medio para expulsar su rabia y su tristeza. Rodrigo  vive, más que en cualquiera, en quien lo encarnó.

Meneses no cree en la política, ya lo había dicho; sí cree en la paz, en la que nace de cada uno, no en la que se está firmando en La Habana. Piensa que a través del arte, y su apreciación, se puede llegar lejos

“El arte tiene unos niveles de humanidad muy bellos”, me dice, mientras a su celular entra una llamada y se desprende el sonido de la Primavera de Vivaldi. Ve la actuación, la música, la fotografía como medios para, como Rodrigo, despojarse de tanto odio que ve en la gente y que no entiende su por qué.

“¨Los valores mutan dependiendo de los intereses de la gente; la educación muta dependiendo de una cantidad de líderes desconocidos que parecen más sacados de una película de ciencia ficción que de la realidad”, lo escucho. Para Meneses, hoy la realidad está más influenciada por la ficción que la ficción por la realidad. Aunque ve los avances tecnológicos como una ayuda para la humanidad, le preocupa que la misma remplace las funciones del ser humano.

“Con la llegada de Netflix y de YouTube no sabemos hacia dónde van ni qué va a pasar con ciertas profesiones. El reto es lograr que las mentes más jóvenes se interesen por realizar y consumir cierto tipo de contenidos”.

Meneses mide un metro con sesenta centímetros y es tan imponente como cualquiera de los personajes que ha interpretado. Es un hombre de paradojas: no ve televisión desde hace 17 años, pero dirige desde hace 5; actúa, pero no se ve cuando lo hace; no le gustan la noticas, pero siempre es una por su trabajo.

Me muestra el fruto de su rol como fotógrafo, oficio al que se dedica por estos cinco años; leo textos que le regalaron algunos jóvenes de Medellín que se forman como periodistas, y me invita, también, a tocar la caja, instrumento en el que he estado sentada durante esta entrevista. Rechazo su propuesta -y no es sólo porque no quiera hacer mi debut allí-  sino porque finalmente sus amigos lo esperan para, al igual que yo, descubrir quién es Ramiro Meneses, ahora no mediante una entrevista, sino al mejor de los estilos: haciendo punk.

*Entrevista publicada en el periódio En Directo de la facultad de Comunicación de la Universidad de La Sabana
Foto: Giovanni Rendón