En verdad fue el más “guaro” y bello en la escena del rock.
Si alguien representó con su presencia y acciones al verdadero ídolo “rockanrollero” en Australia fue Ronald Belford Scott, el primer cantante y para muchos el único, de AC-DC. Llegado a los cinco años de Escocia (Kirriemuir. Julio 6 de 1.946) como sus amigos Young, era constantemente golpeado y vejado por sus condiscípulos. “Mis nuevos compañeros de clase siempre trataban de patearme la mierda afuera de mí cuando escuchaban mi acento escocés”, confesó en una ocasión a la revista Record Mirror de Inglaterra. Recordé lo que me dijo John D un guitarrista exiliado en Alemania:“Algunos que hemos sido pateados fuera de nuestro país sabemos lo que eso hace en el carácter. O te vuelves un maricón o bue…”. Pensé de inmediato con razón tanta piedra pómez y lija para el pueblo.
Con ese tierno recibimiento no le quedó más remedio que volverse peor que sus agresores y como en las novelas de serie negra donde los policías o detectives deben ser más malos que su contraparte para vencer, prevalecer y que la “justicia brille”, así sea a lo bruto -al menos en las novelas el poli aporrea y mata más gente que el malandro-, pues a los dieciséis años en vez de Bon ya le decían Bomb. Más que un diablillo camino al infierno en ciernes, una realidad.
Su fortaleza “espiritual” frente a los que intentaran, de pronto por ignorancia, llegar a “montársela” se imponía dejando con facilidad un reguero de dientes ajenos puestos al azar en el piso. Incluso siempre afirmaba: “No mencione otras bandas cuando esté con nosotros”. ¿Quién lo hacía? Con esa fama… Incluso podía darse el lujo de vestir como fuera porque toda prenda, a los ojos de los demás, le iba a “sentar perfecto”. Como en uno de sus primeros toques en el Rockdale Masonic Center de Adelaida, Australia, donde se apareció con un traje rojo de satín y un collar hecho con dientes de tiburón colgando desafiante en su cuello. Para no ir repentinamente al dentista lo mejor era saber que el hombre definitivamente estaba simplemente elegante.
La fuerza de su convicción lo hacía enfrentarse a más de uno, dos o tres eran controlables, pero, cuando eran demasiados los detractores como para emprenderla contra todos -porque tampoco era un imbécil-, solía mostrarles sus tatuajes. En tal caso con suavidad bajaba su segunda piel, unos jeans ajados, y les mostraba las letras AC en la nalga izquierda y DC en el complemento para completar el mensaje. Casi les sacaba la lengua. Un caballero de buenos modales que siempre ganaba.
Hay una cosa que siempre me lo hizo parecido a Andrés Durán. Una vez Alejo Gomesscáceres lo invitó para que ensayáramos en casa de mi abuela. Durán llegó escuchando rock fuerte en un Willis con un ampli del tamaño de la casa de mi familiar y una botella de Jack Daniels en la mano. En el escenario ese era Bon. Media botella de whisky en la mano, bajando con él. En palabras de Malcolm Young: “Dios sabrá quien sabe que, riéndose furioso (una bella contradicción) y berreando como una pantera para satisfacción total de la audiencia”
De hecho en el primer toque recuerda siempre Angus, “repasando una hora antes los temas, se había bajado dos botellas de Bourbon con dopamina, cocaína y speed”. Incluso todos se miraban asustados cómo se peleaba hasta con la ropa. Pero de pronto anunció con calma que estaba listo y simplemente lo estaba. Lo sabían porque además se había puesto las bragas de su esposa. Gritó a la audiencia y consignó “el primer pago de su deuda tocando en una banda de rock and roll”. No más de camino etílico al infierno el amigo, pensaban todos. Y realmente él creía que andar entre “a media caña” y borracho era el precio a pagar por ser un músico de rock. Lo decía con orgullo “prendido” a la prensa.
Verlo en vivo significaba quedar paralizado. Arriba de la tarima se veía imponente a pesar de que era bajito, pero con mirada de furia como para dominar la escena. Delgado por, digamos, su dieta. Con cara de ser apaleado recientemente en un partido de hockey, el cual ganó por supuesto. Moviéndose con la destreza de un jalador de carros y con la aspereza de alguien criado en los muelles de un puerto. Especialmente en la primera época. El verdadero significado de “guaro”. Siempre me imaginé cómo sería encontrarse por la noche con él. ¡A rezar compadre!
Sus berridos le alcanzaban para hacer invitaciones a “tomar el té” a sus fans femeninas frente a todo el mundo. No faltaban las que se apuntaban a irse con la banda, con Bon liderando la fiestecita. Ya sabían la rutina sin duda: ¡Que no eran Air Supply precisamente! Además, no era muy delicado con las palabras la verdad. Le encantaba que las damas de la audiencia levantaran la mano cuando él preguntaba quien había tenido “the jack” antes. Incluso hasta uno que otro tipo levantaban sus inocentes manitas. En otra ocasión empezó cantando que había tenido su primer caso de gonorrea. Eso me acordó de un amigo de la tele que un día… sí, ya sé, esa es otra historia.
Se orinaba en las piscinas de los hoteles, se metía tremendas broncas cuando no le salían las cosas en el estudio, e incluso tenía la presencia de ánimo para disfrazarse de Heidi con colitas y todo. La más perfecta contradicción. La pureza de su voz desgarrada. Algo que ustedes pueden disfrutar en la reciente colección en DVD “Family Jewels”, que además presenta una grabación hecha en España diez días antes de morir.
Falleció en su ley. Como dice Jordi Sierra en “Cadáveres Bien Parecidos” perdió el duelo con la botella. Simplemente otra noche de juerga en Londres para entrar en la inmortalidad por las puertas de la “Highway” que todavía retumba en nuestros oídos.
¿Qué de dónde sacaba tal potencia en la voz? Me preguntó el otro día un oyente de Eurorock en los 98.5 FM en U.N. Radio. Por Dios, que ¿no es obvio?
Mauricio Tamayo Tamayo
@Mautulin