De la Champeta y otros demonios

Yo llegué a la costa a vivir en inicios de 1998, durante esa infancia ahora cargada de “raspaos” para el calor y juegos de niños.

Los padres insistían en meternos en el mundo de la música y el son. Así empecé a ir a las famosas minitecas. Un grupo de niños chiquitos bailando todos los géneros existentes con un animador que nos organizaba, siempre en círculos, para que por turnos pasáramos al centro a mostrar nuestros dotes en el baile. Así conocí la champeta.

La champeta es un género musical colombiano que surgió en los barrios afro descendientes de Cartagena; un género que por su origen siempre se ha visto “bajo”, relacionado con los estratos más pobres. Es una mezcla de ritmos africanos, música de las Antillas como el reggae o la soca y los ritmos indígenas – afro descendientes- como el mapalé o el bullerengue.

Muchos antropólogos y sociólogos aseguran que la champeta va más allá del género musical; más bien es una muestra de la condición de pobreza, un grito de rebeldía, una voz a la no discriminación y desigualdad en la zona Caribe colombiana.

En estas minitecas, junto con la salsa y el merengue, sonaban constantemente las champetas, que medianamente eran aceptadas por nuestros padres, aunque siempre se impresionaban e incluso decepcionaban cuando notaban que su hija, blanquita y todo, bailaba incluso mejor que el animador. Nunca faltaban los hits del momento como “La propia nubecita” o “El Gato Volador”.

Y luego cuando los días de las minitecas se convirtieron en coladas a discotecas, gracias a un amigo o a que alguna convencía al “macancan” de la entrada, las champetas ya eran más subidas de tono como “El Chocho” o “La monita retrecha”.

Pero si se quiere escuchar champeta “como Dios manda”, lo ideal es ir a un barrio un viernes en la tarde-noche. Verán como en muchas casas están “los picó” afuera; estos equipos de sonido, sobredimensionados, que a todo volúmen dejan escuchar desde la más conocida hasta la más perdida de las canciones “champeteras”. Se cierra la calle, se sacan las sillas Rimax blancas, se pone la música, se hace vaca para el trago y las picaditas; y se forma el despeluque, una rumba envidiada hasta por las mejores discotecas.

Hoy en día la champeta se ha vuelto a escuchar en las emisoras, discotecas y hasta en servicios de música como Deezer y Spotify. Empezó con canciones como “El Celular” del El Zaa y el Yao y ahora con el mix llamado “Champeta Urbana” con exponentes como Kevin Flores o Mr Black que cantan canciones como “Fiesta en la Noche” o “La Invité a Bailar” incluso mujeres que están tratando de incursionar en el género como Martina La Peligrosa con su canción de lanzamiento “La Peligrosa”.

Todos los que alguna vez me han visto, podrán dar fe que soy más blanca que un kumis, pero en alguna parte de mi sangre corre la melanina que me falta en la piel para el sabor del baile y lo que creo puede que incline mis gustos a lo que muchos costeños, y colombianos en general, de la alta sociedad dirían: “la música de negros”. Y la verdad es que a mí la champeta me encanta, siempre he soñado con ir a El Rey, que es un concierto de solo champeta que se hace en el Estadio de Fútbol de Cartagena, pero nunca nadie me ha querido acompañar.

Siempre he encontrado esa discriminación hacia los afro descendientes y su cultura como algo sin fundamento; creo que si los esclavos de África nunca hubieran llegado a Colombia, seríamos un país con menos sabor en la sangre.

Como siempre, les dejo un guilty pleasure una canción que me pone a bailar y a cantar casi a gritos cada vez que la escucho: “Bandida” de Mister Black.

Y mi fascinación, una canción que escucho a escondidas en la oficina con mis audífonos bien puestos pero a todo volumen y que quiero dedicar a todas las Paolas que me leen, porque “Oye Paola, te crees la última Coca Cola…” se llama “Paola” del gran Sayayin.

Alejandra Tello
@RizosArrabiata