Conocía de antemano que ‘The Wall’, película realizada a partir del álbum homónimo de Pink Floyd, era una de las películas preferidas de Borges.
Solía repetirla varias veces junto a María Kodama[1] en sus tardes por Ginebra o Buenos Aires. De la misma forma yo ya había estado delante del video musical en You Tube de la canción ‘Another brick in the wall’ de la misma banda mencionada, el cual es un fragmento de la pieza fílmica. Frente a este, recuerdo quedarme absorto por el coraje de comparar el colegio y la concepción de educación con una fábrica de salchichas humanas. Es curioso, Borges en lugar de celebrar su cumpleaños con el ‘Happy Birthday’, pedía escuchar esta canción cantada a coro por los invitados:
“We don’t need no education
We dont need no thought control
No dark sarcasm in the classroom
Teachers leave them kids alone
Hey! Teachers! Leave them kids alone!
All in all it’s just another brick in the wall.
All in all you’re just another brick in the wall.”[2]
Alguna vez él confesó sufrir de sordera musical, ya que solo podía disfrutar la música con palabra. Afortunadamente Borges no se dedicó a la música y García Márquez no solo se dedicó al cine. La música de Pink Floyd está llena de palabras, pero en la película ‘The Wall’ la imagen y la melodía son las que le dan carácter a la pieza más allá de las palabras diegéticas[3], las cuales son escasas.
Fue una experiencia difícil de afrontar. La película consigue bombardear de violencia y furia por 95 minutos la cabeza del espectador hasta lograr su hastío y prolongarlo. Desde la modernidad, estamos saciados de imágenes puestas en circulación y de sobreinformación hasta la migraña. Somos niños sin la voluntad frenadora, empalagados por tanto comer chatarra en una dulcería.
Como si se tratase de poco, en el momento en el que tomé asiento para redactar estas líneas, un vecino a las 8 de la mañana se puso a taladrar mecánicamente su pared por más de cuarenta minutos, haciendo pausas cada tanto para martillar la puntilla hasta dejarla tonta. La relación entre ver esta película de culto y escuchar “sonata para taladro y martillo” fue semejante. No obstante, ante esta última salí huyendo del apartamento como los personajes de Cortazar en ‘Casa tomada’[4]. En defensa de la primera, lo que no logró el vecino fue sembrarme la incertidumbre frente al desenlace de la trifulca que máquina y estuco sostenían.
Sin embargo, siento que he sido miserable hasta el momento con Alan Parker y Pink Floyd, pues Borges tenía buen gusto y yo voy a defenderlo, y para ello tendré que justificar la riqueza de la película.
La historia se centra en un rockstar llamado Pink Floyd, quien padece graves problemas en el desarrollo de su vida, fundamentados en sucesos de la infancia, como la muerte de su padre militar, el maltrato de su maestro y la sobreprotección de su madre, heredando consigo las balas de la violencia a su vida adulta. A través de la noche tiene pesadillas que, con la ayuda de las drogas, incurren en su cotidianidad, llegando a destruir el apartamento donde vive.
La película hace una reconstrucción progresiva de la personalidad de Pink Floyd. Desde el inicio se presentan acontecimientos, como el rechazo o la ridiculización de sus ideas, que secundan el aumento gradual del rencor social y la depresión de Pink. De igual modo, sus problemas con el sexo femenino contribuyen a que Pink se envuelva en la esquizofrenia, único medio de protección frente a los ataques en su contra: desde la destrucción del cuarto de hotel que habita y la rasurada de todo su cuerpo, hasta el desarrollo de un dictador extremista que toma cualquier tipo de decisión absurda y transgresora.
La palabra “trauma” viene del griego τραῦμα: herida. La película a partir de este protagonista y otros personajes nos enseña un mundo, individual y colectivo, sumamente lastimado, que nutre sus fracturas emocionales a golpes, fuego y gritos para ventilar todo lo que le han hecho y lo mucho que se lastima a sí mismo. El profesor maldito que castiga y somete ha sido atormentado por su esposa, y la novia que engaña ha sido abandonada del cariño de su marido. Con el engorroso y crónico peso de sus heridas, Pink decide distraerse de su suerte delante de lo que mi madre llama un “embobador”. Es ante la pantalla de televisión donde acumula sus inquinas hasta que estallan como bombas, provocando ondas letales. Su novia le pregunta al oído: ¿hay alguien ahí? Ella quiere acostarse con él, pero no hay nadie; ya no hay espacio para el cariño.
Nace pues la figura del muro, que simboliza la propia represión y exclusión del avance normal de la sociedad. No obstante, continuando con el asunto de la modernidad, me es inevitable pensar y volver a su edificio triunfante. Durante el film sentí que el muro, además, es el ladrillo colectivo que construye las paredes de una fábrica penitenciaria, donde, ya sea por deseos de progreso o miedo al desabrigo, el ser humano ha emigrado como ganado a producir mercancías para para la guerra y el consumo, viviendo en ella y para ella, pagando un precio muy alto: ser otro producto industrial, el más óptimo de la fábrica de heridas.
En el film no hay ternura que pruebe que la humanidad tal vez haya existido[5], y sin embargo ilustra con excelencia aquellas causas por las cuales el ser humano desaparece de la vida, sin poder diagnosticarlo como fallecido. Así como hay muy poca naturaleza para revelarnos que algún día fuimos parte de ella; la fábrica taló los bosques y contaminó los ríos para prender la maquinaria y establecerse sobre la tierra y la civilización.
Entiendo que la película es una crítica asombrosa, pero me dejó afectado, entre nauseabundo y malherido.
Menos mal que podemos captar la belleza, que podemos ser belleza y que podemos sentir la poesía!!! Con tal objeto, recurro a Jorge Enrique Adoum para que me ayude a completar este texto con el fragmento de uno suyo: ‘Arte Poética’.
“(…) Si sigue siendo testimonio de quien fue despellejado por la realidad y habla en nombre de otras víctimas y en su propio lenguaje; si logra advertir cómo está hecha esa realidad y cómo podría ser gracias a las voces del poeta y otros subversivos; si es también confesión individual y colectiva (dentro del confesionario está el mundo) de todos cuantos no habían podido hablar; si atraviesa el misterio sin más fe que las palabras y las creencias en el porvenir; si propugna la solidaridad y el amor pese al prójimo como comportamiento, no hallo definición ni más justa ni más bella que la de Luis Cardoza y Aragón: “la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre”, quizás me aferro a ella por la necesidad que el ser humano tiene hoy día de comprobarse que existe, pese a todo cuanto le han hecho, pese a todo cuanto se lastima a sí mismo. Es decir que me aferro a ella entendiendo la poesía como la abolición de la muerte.”
Por Gabriel Guzmán
[1] Compañera sentimental, espiritual e intelectual de Borges.
[2] No necesitamos educación/ No necesitamos control mental /Nada de oscuro sarcasmo en clase/ Profesores, dejen a la chicos solos / ¡Hey! profesores, dejen a los chicos solos/Todo ello no es más que otro ladrillo en el muro/ Todo ello, no eres más que otro ladrillo en el muro.[3] Pertenecientes al universo interno del relato. Es decir que son tanto escuchadas en el espacio-tiempo propio en el que se proyectan como por el público; a diferencia de las extradiegéticas, que son solo percibidas por el público.
[4] ‘Casa tomada’ es uno de los cuentos emblemáticos del escritor argentino Julio Cortázar. Curiosamente lo publicó por primera vez Jorge Luis Borges en la revista Anales de Buenos Aires.
[5] En realidad hay tres momentos muy puntuales en los que sí se refleja tal carácter de humanidad, y uno en concreto le pertenece al protagonista.