La felicidad es algo que se construye. Se es feliz porque hay un antes que le da sentido a ese momento de realización. Sin esa base ni nos enteramos que de pronto somos felices. Sin ello sería apenas un rictus, un reflejo.
Es un trabajo de pre producción que nos estalla en los sentidos, llenándonos de euforia, de amor, de aire a temperatura perfecta, de paz, de dopamina y en mí caso: de muchos decibeles.
La pasión por la música de los Rolling Stones la compartí con mi primo Ricardo Alvarado y creo que la heredé en gran parte de Miguel Durán, gran melómano quien me dejó cuidando toda su colección de música durante un par de años. Unos 500 acetatos importados con los grupos más importantes de todos los tiempos. Desde luego allí estaban casi todos los trabajos de esta banda. Tenía tal vez 15 años. Me encantaron y compré un primer poster importado gigante de Mick Jagger con el dinero ahorrado de mis onces y lo puse al lado de los de Led Zeppelin y Aerosmith.
Luego cuando Pablo Bernal y Alejo Gomesscaceres me dejaron completar la KGB, una banda de covers, hace casi una vida, toqué con ellos durante cinco años hasta seis canciones de esta banda al menos cuatro veces por semana en cada repertorio. Multipliquen y entenderán. Más tarde completé mi colección de todos sus cds y luego la de conciertos oficiales en dvd. Seguí los programas de radio especializados en los Rolling Stones.
El siguiente paso fue coleccionar los libros que hablaban sobre la vida de sus integrantes y también los documentales. En verdad construí una relación muy seria con su música y la imagen social que nos vendieron y comencé a esperar el momento perfecto de mi realización: asistir a un concierto de los Rolling. Esperé mucho tiempo que vinieran a Colombia pero ni el chisme de un toque en La Posada Alemana cerca de Armenia, ni una invitación a su presentación en una fiesta privada en Cali se convirtió en realidad. Así que decidí que si pasaban cerca tomaba el primer avión y cumplía mi sueño.
Ese día llegó: 23 de febrero del 2.006 en Buenos Aires Argentina. Con la boleta en la mano me fui solo al encuentro en un tipo de peregrinación casi religiosa. La noche del concierto pasó el “remis” por el hotel y con ruidosos-prendidos-acelerados-fumados-fanáticos de otros irreconocibles países nos encaminamos al estadio de River Plate.
Una vez en el lugar me puse la camiseta conmemorativa del evento, en el marco de la gira “A Bigger Bang” (que guardo y jamás volví a tocar salvo para admirarla cual trofeo de pirata) y una pertinaz lluvia empezó a servir de metrónomo para lo que se vino. Las luces se apagaron y atronó el familiar riff de “Jumpin´Jack Flash”. En verdad me dolió la cara al final de la canción porque la sonrisa le daba la vuelta a la cabeza y sin duda los que estaban a mi espalda pudieron verla.
Los Rollingas, seguidores argentinos de los Stones empezaron a avanzar saltando con el codo derecho basculando hacia lo que estaba al frente y lo entendí todo. Me quité la camiseta como ellos y dejé que la lluvia resbalara por mi cuerpo como me enseñaban los torsidesnudos, empecé a saltar y con ellos me fui cantando la canción futbolera acomodada para la ocasión: “choooo, amo losetonn, loseton, loseton, amo losetonnnnnn”. Pronto estuvimos al frente porque unos rubios nórdicos se acobardaron ante el empuje de tantos codos juntos y nos dejaron servida la primera fila del espectáculo. Mi corazón ya estaba a mil por el ejercicio cuando sonó “It´s Only Rock ´n´ Roll (But I like it)”
Luego se soltaron con “You Got me Rocking” rebotando hasta La Luna, “Oh No, Not You Again”, “She´s so Cold” con doble salto para el frío y así sonaba la voz de Mick intentando algo en español
Prosiguieron con “Angie” para tomar aliento, “Rain Fall Down” en serio y con Mick a la guitarra, “Bitch”, “Tumbling Dice” y la hermosa “Gimme Shelter”. Y pude comparar el original tantas veces oído en mi habitación con la real estallando en mis oídos en ese instante. Vi a mi favorito, Ronnie Wood, trabajar por todos lados su guitarra, llenando de perfectos punteos las poses de Keith Richards. Wood nos picaba el ojo, con un cigarro entre los dientes y una sonrisa de bacalao con pliegues abisales por toda la cara en medio del mar que nos caía en ese momento. Nunca nada fue tan perfecto como en ese instante y canté y salté con más ganas.
De pronto Mick se vino a ver que era el tema de tanto codo y se paró al frente. Su boca ocupó todo el espacio y solamente llovió su sagrada saliva mientras cantaba y yo hice lo que todo seguidor pleno y converso haría: abrí la boca y dejé que la nebulización mojara mi lengua stoniana. Él “resortó” como un canguro y en un acto de mago ya estaba en otra parte del escenario con las telas oscuras pero brillantes de su chaqueta traída de otra dimensión. ¿Qué más puede pasar pensé?
Keith susurró con su voz de lija “This Place is Empty” seguida de “Happy” y se largaron todos para el escenario B y los fans enloquecieron y muchas seguidoras decidieron que era hora de mostrar su piel también y una metralla de camisetas y prendas íntimas acompañaron “Miss You”, “Rough Justice”, “Get Off of My Cloud” y yo seguía resistiendo, saltando como poseso y cantando cada coro y cada riff como mis hermanos Rollingas me indicaban. Con “Honky Tonk Woman” más ojos como chuzos aparecieron y ya fue difícil seguir mirando solamente a la banda.
Así pasé como un zombie cuatro canciones más. Mirando el paisaje y cantando cada palabra, casi sin voz, pero gritando así fuera a medio decibel. Cuando todo iba a terminar ya con “(I Can´t Get No) Satisfaction” mis piernas desfallecieron por la brincadera de más de una hora y entendí la razón por la cual los rubios nos dieron espacio. Al dejar de rebotar contra la grama ellos descubrieron mi embuste, mi falta de afiliación a ese particular club Rollinga y una lluvia de codos empezó a tallar o mejor, a “esmerilar” mi cabeza, nuca y espalda. Con el dolor del alma y cuerpo reculé. Dejé que la mayoría me empujara hacia la parte más cómoda del embudo y pronto vi la calina que se formaba por tanto cuerpo cambiando la temperatura de la lluvia pareja que caía y se evaporaba haciendo nubes encima de nuestras cabezas. En ese proceso pensé que llovía más duro porque no pude ver bien el escenario que se alejaba. Se puso borroso. ¿Qué me pasa? Entendí que lloraba con toda la pasión de un hombre que empezó de adolescente a premeditar este encuentro.
Terminaron y yo ya estaba listo en la salida, con las manos rotas de tanto aplaudir. Satisfecho. En frente de 50 mil personas yo, minoría absoluta, me puse con gran dificultad la camiseta mojada de los Stones de nuevo. Sentí amor cuando tomé el “remis” con y por mis compañeros de otros países, hermosos y cercanos países por cómo me sentía en ese instante. Nadie hablaba. No era necesario. Tal vez estaban disfónicos como yo. Una pequeña sonrisa perfecta dominaba cada cara en acto cómplice. Cerré los ojos para controlar mis emociones.
Ya en mi cuarto de hotel, el Broadway, abrí la llave de agua caliente de la ducha de vidrio en medio de la habitación, salí tiritando para subirle el volumen al canal porque empezaba la transmisión del concierto que acababa de vivir. En medio de esa nueva lluvia, cambiando la temperatura, eludiendo los calambres que se anunciaban en las piernas, sin fuerzas ni para caminar, decidí no buscar a mis amigos de la emisora que andaban en algún lugar de Buenos Aires celebrando, abrí la botella de Jack y empecé a revivir cada parte del concierto en la tv. Y prosiguió la ducha más larga y feliz de mi vida.
Mauricio Tamayo Tamayo
(Imagen tomada de Blogspot)