Vimos The Secret Life of Walter Mitty, la nueva película de Ben Stiler (“Una noche en el museo”, Zoolander), con muy pocas expectativas salvo encontrar más de lo mismo; es decir, una comedia simple, con lugares comunes, y entretenida.
No nos equivocamos. El personaje central hace que el espectador se identifique con él; no hay mucha elaboración de este papel, ni de los demás presentes: el antagonista es un jefe injusto, la co-protagonista es una mujer separada, madre de un chico de 12 años, de la que obviamente Walter está enamorado; todos trabajan en la revista LIFE que está en la coyuntura de pasar a la versión digital y por lo tanto hay un recorte de personal -tema común por estos tiempos de crisis-.
Walter (Stiler), es un buen trabajador que pasa desapercibido. Es solitario, tiene problemas para socializar con las mujeres y su vida se tornó monótona tras la muerte de su padre; él tuvo que asumir responsabilidades económicas por lo que abandonó sus sueños, para trabajar.
Una historia aparentemente simple que no merece una ida a cine, sería preferible esperar a un festivo o que la estrenen en alguno de los canales por cable. Sin embargo la riqueza de “la vida secreta de Walter Mitty”, está en los detalles: en realidad son dos los que salvan la película y de hecho la pueden ubicar en un lugar muy por encima del promedio.
Por un lado está la fotografía. La película brilla por las locaciones, la edición y los planos. Los paisajes ocupan el primer lugar: las verdes planicies y montañas de Groenlandia e Islandia que se ven con tomas abiertas y panorámicas; La manera cómo se manejó la fotografía de los paisajes es realmente asombrosa, y no se exagera cuando se dice que puede competir con la que se vio en la trilogía de El Señor de los Anillos.
Este fue un tema que no se tomó a la ligera. El responsable fue el neozelandés Stuart Dryburgh, director de fotografía de The Piano (1993), In My father’s Den (2004) y Emperor (2012). Así que para quienes se maravillan con los paisajes y con lugares no muy conocidos, esta película gana muchos puntos… Muchísimos.
Y por el otro está la música. Es una variada selección de clásicos adaptados, nuevos temas y canciones compuestas específicamente para la película; el responsable fue Jose Gonzalez, un sueco de origen argentino.
Entonces, la mezcla de excelentes tomas con la emotividad de grupos como Arcade Fire, Of Mosters And Men y Junip (la banda de Gonzalez), da muy buenos resultados.
De esta forma, en gran parte de la trama, The Secret Life Of Walter Mitty se olvida de todos los lugares comunes, y entonces le da relevancia a un viaje en un pesquero de Groenlandia, a la explosión de un volcán en Islandia, a un partido de fútbol en la falda del Himalaya…
Y sí, al final hay un cliché y otro lugar común, pero sin duda un final justo y necesario. “Walter Mitty”, es eso, una historia común con ingredientes completamente inesperados.