Mi mamá “rockanroleó” con mi banda hasta el amanecer

Feliz Día de la Madre.  

Vilma Isabel fue la mamá que me tocó en suerte para venir un rato a este planeta lleno de tantas cosas preciosas como las pinturas que navego por horas en los museos, lugares azules y verdes que suelo visitar, gente talentosa interpretando la realidad en cada rincón del planeta y desde luego la música que más me gusta: el rock.

De hecho recuerdo ahora una noche en particular en la que mi mamá “rockanroleó” con mi banda (en Happy Days) hasta el amanecer. Llegó tarde con mi hermana Marcela, su novio y un amigo que se encargó de decirme que no los dejaban entrar porque venían con una amiga un poco loca. Yo salí sorprendido a entrarlos y cuando me presentaron a la amiga vi a alguien de gafas oscuras, con una pañoleta de moda dejando apenas dos mechones rubios saliendo por los lados, un saco marfil pegado al cuerpo y unos leotardos negros. Me pareció exótica. Cuando iba a hacer el reclamo todos rieron, hasta los dueños del bar, porque no había reconocido a mi propia madre. Esa noche ella sacó a bailar a todas las personas sentadas y armó una fiesta que terminó en baile sobre las mesas (como le gustaba hacer en esa época) y comandando desde la tarima con la KGB, mi banda, la fiesta más armónicamente salvaje a la que he ido. Ramiro el dueño de Happy Days le obsequió una botella de Cognac diciéndole que jamás había entrado a su establecimiento alguien con ese espíritu. Si no me creen le pueden preguntar a alguien que tocó conmigo esa noche, Alejandro Gomesscáceres les puede corroborar esta historia.

Mi mamá hizo de todo para alimentar esta hoguera que es mi amor por esta música con cosas como:

Me regaló alrededor de 300 acetatos de bandas como AC DC, Van Halen, The Rolling Stones, Led Zeppelin, Deep Purple, Bob Marley, The Beatles, Iron Maiden, Rush, Black Sabbath, Pink Floyd y así un etcétera lleno de virtuosos que me acompañan aún. De hecho el recuerdo de aquella época es vívido y claro, esos momentos en los que pedía permiso para subirle el volumen y ella asentía sonriendo con un “pero no más de tres veces”. La canción que más recuerdo es esta. Si la disfrutan súbanle el volumen en honor a ella:

Desde luego cuando la colección se volvió importante en número, mamá me dio un equipo por componentes separados, con una tornamesa Pioneer (de casi treinta años por cumplir) que hasta el día de hoy no ha fallado jamás. Un regalo digno de la colección. Luego entendí que me regaló libros los miércoles para alejarme de las tentaciones del fin de semana y cuando la cosa se puso difícil empezó a hacerlo con la música los viernes, de manera que retrasó todo lo que pudo, mientras crecía un poco más, las fiestas y todo lo que hay en la calle, con estos acetatos que atesoro.

Cuando mi cumpleaños número quince llegó mamá me regaló una hermosa guitarra que fue el inició de mi banda y de siete años tocando en forma casi todos los días. Cuando vivía con ella jamás se quejó del tiempo que pasaba con ella o el volumen y el día que un vecino llamó a la policía por el ruido, ella atendió personalmente a los oficiales y mientras los hacía tomar café ablandó al vecino también explicando el significado de esa guitarra para mí. Increíble. Además duró como tres años pagándola a plazos.

Las mamás hacen cosas así: Desde niño me cantaba suaves melodías que jamás olvidaré e incluso inventaba líricas para involucrarme en ellas, especialmente para hacerme soñar con sitios a visitar y acercándome al mundo; mamá como todas las mamás era una malabarista para hacer varias cosas a la vez en la casa, por ejemplo mientras cocinaba las más extraordinarias comidas con tres elementos que quedaban en la nevera, hacía demostraciones de cómo se bailaban el Twist y el Rock and Roll y en el camino recomponía algo que necesitaba de su atención pero siempre con las manos ocupadas en tres cosas a la vez; mi mamá como todas pensaba menos en ella que en sus hijos y siempre dijo que si no había nada bueno para decir era mejor no decir nada, aún en la época en que vinimos de España, recién separada, con un dolor que curaba con diez cervezas después de llevarnos al parque cada domingo y terminaba en una invariable llorada por el hombre que amaba escuchando siempre la misma música, pero con la boca cerrada para no ensuciar el nombre de papá; mi mamá como todas tenía el don de la sanación porque con un beso desaparecía mis lágrimas; mamá como todas era médico, economista, cheff, fontanero y en mi casa hasta padre; mamá jamás lloró delante mío por el vacío que dejaba en su corazón cuando salí de casa a vivir solo y a empezar a pensar en armar mi propia familia porque, como todas las buenas madres, no quería que yo tuviera remordimientos al hacerlo;  mamá siempre me preguntó por los conciertos a los que asistí, escuchó cada programa de radio que hice y vio cada capítulo de programa de tele que realicé; jamás dejó de preguntarme por cómo me había ido con la banda en el concierto de la noche anterior. ¿Quién hace cosas así? Una mamá.

Es la primera vez que hago una carta así para mi mamá, contando esto además. Deseo que sus mamás amigos lectores tengan un bello día también. Ojalá lleno de besos, familia y por mi “deformación”: mucho pero mucho rock.

Vilma Isabel, mamá, me encantaría que estuvieras acá para besarte también pero andas en el cielo. Ahora para mí el día de la madre es todos los días porque tu nombre es lo primero que digo cuando despierto para dedicarte el día.

Gracias por amarme tanto y dejarme adorar la música que llena mi cabeza y alma desde entonces. Te dejo con la canción de Cat Stevens que me hacías cantar una y otra vez:

Mauricio Tamayo Tamayo