Seamos sinceros, la rivalidad entre el rock y el pop ha existido por décadas, muchas personas aseguran que el pop está agonizando mientras otras ponen en esta posición al rock. No se necesita ser seguidor de los grandes escenarios musicales para estar consciente de esta rivalidad; ya que incluso en la vida de cada uno, en algún momento, hemos llegado a la pregunta: que prefiero ¿rock o pop?
Para mi esta dualidad ha sido marcada desde mi adolescencia, donde elegí seguir el rock por mis marcadas tendencias de rebeldía, típica del momento; además impulsada por vivir en una ciudad más conocida por los gustos en vallenato que otra cosa como lo es Santa Marta. Me vi envuelta en la pasión de todo adolecente rebelde: tocar un instrumento; en mi caso la guitarra eléctrica. Así di mis primeros acordes, en los inicios del 2000, con el volumen de un pequeño amplificador al máximo con la mayor intención de molestar a mis vecinos con mis horribles dotes musicales.
De mis estos acordes, pasé a ser parte de una banda de rock totalmente femenina. Cinco mujeres con todo el propósito de romper el status quo femenino en el escenario rockero pero con una desventaja: cero talento musical. Esto nunca nos impidió ser parte de festivales en mi pequeña ciudad, realizados en un teatro semi-abandonado sin más ventilación que el hueco donde en algún momento estuvo la puerta.
Los seguidores del rock en la época eran tres combos con los personajes más raros y de peor reputación; además de nuestras amigas que atendían a los eventos más por la “cambambería” que por otra cosa. La fascinación por la banda de parte de nuestros aclamados “fans” no era más que seguir este “movimiento rebelde feminista” aparte de conseguir novia que se aguantara la farra a punta de Metallica.
Como estaba previsto desde el inicio, la banda termino mucho antes de poder empezar. Los ensayos se convirtieron en salidas a comer, los eventos de rock en fiestas con los inicios del ahora aclamado reggaetón, vallenato y merengue; y los fanáticos siguieron su camino con nuevas rebeldes sin causa o cambiaron sus gustos detrás de una nalga bonita.
Hoy en día, cada vez que visito mi pueblo vestido de ciudad, paso por ese teatro abandonado y logro escuchar acordes desafinados y voces guturales que espantan a todos los transeúntes. No he vuelto a entrar allí pero los recuerdos de esos días sobre el escenario, el humo del cigarrillo y las conversaciones sin sentido animadas por el alcohol, llenan mi memoria y me sacan una sonrisa.
Mi gusto por el rock continúo un poco más que la banda sin talento, aunque me vi perdida en la combinación “rockpopera” o “indie” como muchos lo llaman, y que hoy en día es lo que llena mis días. También he descubierto miles de géneros, buenos y malos, hasta tengo mis “Guilty pleasures” como todos. Pero finalmente he llegado a la conclusión que para mí la música no es más que la banda sonora de la vida, y cada día trae su propia aura que se debe acompañar con el perfecto “mood musical”. Aún así al escuchar B.Y.O.B de System of a Down es inevitable mover mi cabeza al ritmo de la desenfrenada batería y repetir en mi mente la letra reteniendo las ganas de cantara a grito herido.
Alejandra Tello