La batalla ya no es contra el tiempo, también contra la tecnología y su poder de almacenaje
Desde hace unos cinco años para acá es cada vez más difícil disfrutar de un buen concierto. Antes uno se tomaba cierto tiempo de ventaja para encontrar una buena ubicación y poder disfrutar de un concierto sin ningún problema. Pero ahora, además de la ubicación, hay que rogar para que la persona que esté en frente no saque un potente Smartphone con pantalla de seis pulgadas y resolución de grabación 4K.
Sí, ahora hay que combatir con el personaje que no tiene inconveniente en levantar con las dos manos su dispositivo, y grabar todo el concierto.
Y si tiene un buen plan de datos, no es de extrañar que se haga una transmisión en Facebook Live de todo el show. Y entonces, él “personaje” no disfruta el show, porque está pendiente es de la pantalla del teléfono, de que no se mueva, de hacer el encuadre perfecto.
No falta, tampoco, el que manda cada canción como un audio de whatsapp.
Hay que dejar la dependencia del celular, y las ganas de compartir “porque sí”. Un estudio de la Universidad de Leicister, citado por el diario mexicano El Universal, reveló que los recuerdos se forman por las neuronas ubicadas en el hipocampo; este transforma los recuerdos en imágenes que se quedan guardadas prácticamente durante toda la vida. Estos recuerdos se asocian a lo que uno estaba viviendo en el momento exacto del “recuerdo”.
Esto significa que en un concierto, en el que alguien graba video, el recuerdo que guarda el cerebro es el de la grabación y no de lo vivido durante el show. Las emociones que se recordarán son las de tener las manos arriba y la mirada puesta sobre una pantalla y no sobre un escenario.
Entiendo que se quieran tener registros de los conciertos: recuerdos, algún video, un par de fotos; pero nada de eso se comparará con la experiencia vivida, con estar allí en frente de nuestro artista favorito, de conectarnos con él y recordar lo que nos producía cada canción la primera vez que la escuchamos.
Grabar un tema es más problemático que placentero. Es tener las manos arriba por más de tres minutos, estar pendientes de la cámara, de la luz, de no recibir un codazo mientras se graba, porque se está mirando una pantalla, no un concierto.
Los que quedamos detrás, tenemos que hacer contorsionismo para poder ver, porque enfrente nuestro hay 30 pantallas levantadas, que no dejan ver nada. Y entonces, en el mejor de los casos, hay algún personaje que sí está haciendo bien la grabación, así que uno se pega a esa para poder ver algo del escenario, porque de lo contrario solo hay manos levantadas y pantallas, en eso se convirtieron los conciertos en bares y escenarios pequeños.
Julián López Cortés
@ElJuli_Lopez