Sucede que los años pasan, y el ser humano, como la música, es víctima de diversos cambios o mutaciones que surgen como respuesta al entorno -¿victimario?-. Ambos, el ser humano y la música, emprenden un recorrido, al compás de la vida sin ser conscientes de las variables a las que se enfrentará su esencia, o piedra angular.
Por: María Fernanda Martínez Ardíla*
En la música, bandas como Depeche Mode experimentaron cambios musicales a lo largo de su carrera. Sin embargo, y a pesar de lo diferentes que suenan canciones como “Just can’t get enough” (1981) y “Behind the Wheel” (1987), es indiscutible la presencia del sintetizador como instrumento en cada una de ellas; el cual, toma el papel de piedra angular.
En el caso del ser humano, la tarea de reconocer la esencia, no es para nada sencilla. Muchas veces, el pasar de los años hace que la piedra angular resulte imperceptible. Pero hace parte de la naturaleza humana razonar acerca de quién es. Y la respuesta, resulta ser una bocanada de aire que le permite avanzar hacia la búsqueda de sí mismo.
En el caso de “The Wall”, de Pink Floyd (1979), y, más adelante, con la película que toma como argumento el álbum de la eminente banda inglesa de rock, y de la cual copia su nombre (1982), lo que hace Pink (el protagonista del largometraje), quien personifica de cierta forma a Roger Waters, vocalista y compositor del álbum, es un viaje al interior de su vida en la búsqueda de la piedra angular sobre la cual se construye su vida, y que responde al consecuente desenvolvimiento de la misma.
En una de las primeras escenas de la película, se observa a un personaje “X”, intentando abrir la puerta del cuarto en el que “Pink grande”, encerrado, y en un estado casi inconsciente con el televisor encendido frente a él, se encuentra sentado con un cigarrillo en la mano, que se consume solo. La puerta se abre. Sin dar espera, la película hace un flashback y muestra fragmentos de la Segunda Guerra Mundial interpuestas con la eufórica entrada a un concierto. La sucesión de imágenes desembocan en un tranquilo jardín en el que se encuentra una madre con su bebé en el coche. Es Pink junto a su mamá.
La puerta que se abre simboliza la inmersión en la vida del protagonista. El salto en el tiempo, surge para dar respuesta al porqué del presente de Pink. Tras esta escena, el ritmo de la película recorre la vida del personaje hasta empatar nuevamente con la secuencia inicial.
Para Roger Waters, The Wall es una especie de catarsis por la que filtró el peso de sus recuerdos. De ahí las similitudes de Pink con el músico.
Ambos, huérfanos de la Segunda Guerra Mundial. Un suceso determinante. A tal punto, que se convirtió en la sólida base sobre la que construyó su muro y con el que vinculó todos los acontecimientos de su vida, entre ellos, el amor.
Por otro lado está la madre de Pink, el segundo ladrillo del muro del personaje. Como un espiral, las consecuencias se convierten en causas y viceversa. Lo que sigue, es la sucesión de equívocas respuestas a estímulos que fortalecen la gran muralla y desvinculan el presente con la piedra angular. De esta manera, la madre de Pink teme perder a su hijo y asume un rol sobreprotector que intenta alejar al pequeño de la realidad. Con la canción Mother, el largometraje exalta la relación familiar.
Pink construye su vida alrededor de un vacio. Reconoce su existencia, su forma, pero no consigue identificar su razón. Ante el problema de fondo, el protagonista sale del refugio de su madre y, para sorpresa suya, se topa con un mundo capitalista y opresor, icónicamente representado por martillos, y en el que la educación se rige por un sistema semejante al régimen totalitario, del que tampoco se siente partícipe.
Desilusionado de la educación y de la política; ahogado en los recuerdos de lo que fue y ya no es, y no será; y exhausto de intentar llenar un vacío que a veces le es ajeno; y otras, se reconoce en él mismo, Pink ve un escape en la música y las drogas. Sus excesos, como artista reconocido, no son más que formas de drenar lo que todavía no entiende. Gritos de auxilio a un interlocutor que no llega. Que no (re)conoce.
Al gran muro se le antepone una cortina de humo que lo invisibiliza. El creciente éxito como artista, las drogas y las mujeres, le hacen creer que su esencia hace parte de su presente.
No es de extrañar que Pink Floyd aborde temas como la crítica al sistema y el consumo de drogas en sus canciones. No mucho antes del lanzamiento de “The Wall”, el integrante de la banda Syd Barrett detuvo las cuerdas de su guitarra para sumergirse en las drogas, un mundo que le tomó ventaja. Una gran pérdida para la agrupación inglesa que los familiarizó con el consumo de narcóticos y los llevó a componer “Wish you were here”, en 1975, en honor a su amigo.
Por otro lado, “The Wal”l reforzó la idea que Pink Floyd trabajó en su álbum “Animals”, en el que le hizo una fuerte crítica al sistema, con canciones como Pigs on the Wing, Dogs y Sheep.
En “The Wall” -la película-, el amor asume un papel determinante en la vida de Pink. Alrededor de este concepto, por primera vez se interpone la realidad con la animación en el largometraje. Una representación de las dos perspectivas desde las que lo comprende el protagonista.
Por un lado, Pink pasa los días fijando su atención en las imágenes sobre la guerra que emite su televisor. Nada perturba su concentración.
Otra de las formas de representación de su pasado y de los recuerdos en él. Ante esto, su pareja asume un papel secundario.
En la otra cara está el amor como sombra. No en un sentido real sino en uno nostálgico, que ya no existe. El concepto se desfigura en un rol fantasmagórico, animado, que paradójicamente es lo único que abstrae la atención de Pink de su televisor. Lo que no es, le hace ser consciente de lo que es. Se re-conoce y tiene conciencia de sí -como la batalla que no ganó Barret- y desdibuja de su mente la guerra.
Una sombra que borra a otra sombra. La cortina de humo se desvanece y Pink observa al muro de frente. El amor, como su padre, lo dejó. Suena la canción Nobody home:
“I’ve got wild staring eyes, and I’ve got a strong urge to fly, but I got nowhere to fly to, ooooh, babe when I pick up the phone, there’s still nobody home, I’ve got a pair of gohills boots, and I got fading roots”
De nuevo, un salto en el tiempo. Aparece “Pink niño” caminando a lo largo de una habitación con varias camas. Es un manicomio. Al final, otro cuarto. Esta vez con la puerta cerrada. La abre. Está “Pink grande”. La esencia y la mutación cara a cara. Uno a uno se desconocen. Atormentado, el “pequeño Pink” huye; pero es el fin de la búsqueda.
“Nobody Home” refleja el reconocimiento de forma del muro; y la escena, responde a la canción “What shall we do now”, en la que se cuestiona, What shall we use to fill the empty spaces? De esta forma, el desconocimiento de la escencia es la enfermedad que el hombre moderno cura equivocadamente con elementos externos a él. Sin embargo, es sólo a través de un proceso de ensimismamiento, re-conocimiento y aceptación, que el individuo consigue ser libre de la opresión del sistema y del entorno.
En este punto, la película empata con la escena inicial. Se ven las manos del personaje “X” abriendo la puerta del cuarto de Pink. Es el asistente del artista, quien representa a toda la sociedad adentrandose en la intimidad del protagonista. Con la inmersión en la vida del personaje, la película responde al porqué del estado de inconciencia de Pink y el significado de símbolos como el televisor, el cigarrillo y la guerra. De fondo,
“I hear you’re feeling down. Well I can ease your pain, get you on your feet again. Relax. I need some information first. Just the basic facts. Can you show me where it hurts?”
Es Comfortably Numb. La canción sobre un diálogo, que en este sentido, es el del “pequeño Pink” con el artista. La aparición del interlocutor a quien “Pink grande” clamó en sus excesos y la cura a su vació.
El asistente de Pink lo encuentra inconsciente, víctima de una sobredosis. Él y su equipo de producción lo transfieren a una clínica para reanimarlo. En el vehículo, el protagonista sufre una transfiguración y asume un perfil casi “desalienado”: sin miedos, sin dolores, sin nostalgia. Un hombre no limitado por el pasado y sus experiencias, sino, por el contrario, en la máxima potencia de su ser.
Un poco después, otra animación. Esta vez, mostrando la percepción de la sociedad sobre quienes deciden derribar su muro. Un escenario de completa espectacularización; y la ficción parece más real que nunca. Personas asombradas por la anormalidad de quienes se permiten sentir y la premisa: “El mayor temor del hombre es que derriben su muro”. El desnudo en su máxima expresión.
Finalmente, la última escena. Pequeños reciclando en un basurero. La basura, símbolo de caos, enfermedad y desorden; y ellos, de oportunidad, de esperanza y de cambio. Nuevamente, los niños como la cara del re-nacer y de la reparación de la fractura social.
“Outside the wall” es la canción que acompaña los créditos de “The Wall”. Su letra es el perfecto cierre a una hora en la que se desmigaja al hombre como un todo y sus experiencias como las partes:
“The ones who really love you walk up and down outside the wall (…) After all its not easy banging your heart against some mad buggers wall”.
*Trabajo presentado para la materia Laboratorio de producción multimedia en periodismo cultural, de la Universidad de La Sabana.