El nuevo disco de Opeth cuenta con potencia, melodía, poder y sobre todo mucha madurez.
Desde el 2011, cuando Opeth presentó el disco Heritage se generó mucha expectativa sobre el rumbo musical que podría tomar el grupo. Heritage fue un disco en el que muchos elementos característicos del grupo sueco “desaparecieron”, como lo fue la velocidad, la crudeza y la voz desgarradora.
Sin embargo, los elementos conceptuales típicos de discos como My Arms Your Hearse se mantuvieron, incluso de una forma más oscura.
Tres años después Opeth presenta Pale Communion, una pieza integrada por ocho cortes (10 en la edición especial), que recupera la potencia e incluso crudeza que se habría perdido en 2011 y en cambio llega con mucha más melodía y elementos progresivos.
Quizá Heritage pase a la historia como un disco de transición, porque musicalmente, Pale Communion es mucho más estructurado. Hay piezas que pueden trasladar al oyente a discos como Watershed o incluso Ghost Reveries.
No hay voz gutural, pero hay mucho acoplamiento progresivo. Las referencias al rock clásico de los 60 y 70 están presentes y de hecho son más evidentes: Hawkwind, Jethro Tull, Genesis, Yes e incluso Pink Floyd están latentes, conviviendo con los juegos de guitarras acústicas y eléctricas que se han convertido en la marca registrada de esa sensación sonora que es Opeth.
Los temas en promedio rondan los seis minutos de duración, desafiando la simplicidad que reina por estos días en la composición musical y comprobando que dentro del metal Opeth ocupa un lugar privilegiado. Nunca un grupo sonó o suena como el grupo liderado por Michael Akerfeldt.
Pale Communion debe estar en la discografía de los amantes del metal y del rock, porque este álbum encuentra de una forma inteligente el punto medio, sin abusar del oscurantismo del metal, del mainstream del rock y de las figuras redundantes del progresivo.
Julián López Cortés