Hace un poco más de un año publiqué esta columna en el blog argentino PAX. Quiero compartirla con ustedes y apoyar a través de ella a la campaña “Usa la razón, que la música no degrade tu condición”.
Empieza…
No es un género musical, tampoco una manifestación artística; de hecho, la etiqueta de música urbana le queda enorme a eso que llaman reggaetón.
Fue una desgracia. Allá por el año 2003, desde la hermosa “Isla del encanto”, llegaban a Centro América, Colombia y Venezuela, sonidos urbanos que mezclaban el hip hop norteamericano con algo de reggae y dub.
Al igual que el rap, este sonido llamado reggaetón (que nació en Panamá a finales de los años 90, de la mano de personajes como El General), se caracterizaba por tener ritmos repetitivos –pistas, si se quiere-, sobre los cuales se improvisaban coplas, rimas, canciones.
Al llegar a una especie de consolidación del “género”, Puerto Rico se convirtió en la capital de estos sonidos que empezaron a dejar su esencia urbana para convertirse en el mayor error que ha presentado la música latina y al que por desgracia la industria discográfica le ha puesto atención, olvidando que detrás de su negocio existe la más noble y antigua expresión artística: la música.
El reggaetón olvidó su componente urbano porque, al igual que en el rap, nació en los ghettos y en las tribus urbanas; nació en el seno de sociedades marginadas, aisladas y de pocos recursos económicos. Estas tribus estaban integradas por jóvenes que encontraron en esta nueva forma de trovar, la salida y la catarsis a sus problemas: desempleo, violencia, falta de educación, abusos, drogas…
Y entonces, de ser chicos con historial criminal y antecedentes disciplinarios, de ser jóvenes que ni siquiera terminaron el colegio (como sus pares del rap), pasaron a ser los grandes “capos” que amasaron enormes fortunas en muy poco tiempo. Pasaron a ser protagonistas de videos en los que lo urbano dejó de existir para dar paso a fiestas obscenas y libertinas en lujosas mansiones construidas a orillas del mar Caribe.
De lo frío de la calle y de no tener con qué comer, pasaron a estar rodeados de modelos diseñadas con bisturí y silicona; pasaron de mostrar una cruel realidad de los pueblos latinos a distorsionar el ideal de belleza y de éxito profesional.
Se convirtieron en apología del enriquecimiento rápido y fácil… con muy, pero muy poco talento.
Por supuesto que acá no hay nada ilícito. Sony Music, Universal Music, EMI (en su momento), y demás multinacionales, se encargaron de llenar los bolsillos de estos personajes con millones de dólares. Hicieron famosos a “cantantes” como Daddy Yankee, Don Omar, Voltio, Wisin y Yandel, Ivy Queen, J Balvin, Reykon (además… ¿pueden ser más ridículos estos nombres?)
Ellos (las discográficas), en su afán de vender miles de discos, dejaron de firmar a verdaderos artistas de la música, para llenar los bolsillos de éstos ignorantes y abusivos ‘pseudo artistas’. Las discográficas validaron con sus contratos la instalación de esa realidad distorsionada que muestra que el éxito se mide por la cantidad de autos deportivos y camperos que se estacionan en una mansión; permitieron que ese estándar de vida fuese compartido a miles de personas en América Latina.
Medios de comunicación y canales de videos hicieron lo propio al dar espacio a estos criminales de la música. Y así, de a poco, todo se ha ido yendo a la mierda. Cada vez son más los clones (porque de propuesta musical más bien poco), que llenan las radios latinas con esos sonidos de porquería.
La música latina no es eso, y en cambio la tendencia del reggaetón se ha ido colando de a poco en otros géneros… un verdadero desastre. ¡Esta es la crisis de la posmodernidad!
Hay que reconocer el talento y calidad musical de las estrellas del pop en español: Miguel Bosé, José Luis Perales, Camilo Sesto, Rafael, Sandro, Juan Gabriel… Con voces increíbles y arreglos musicales de primera línea y con letras que hoy siguen siendo recordadas con cariño por varias generaciones.
En cambio ¿Qué le va a dejar el reggaetón a la juventud latina? Un desviado estándar de belleza, un paupérrimo nivel de calidad musical y lo peor, la pérdida del buen gusto.
Colombia y Venezuela, países con una envidiable tradición musical, están tirando por el fregadero el legado ancestral de los Llanos, el Caribe, el Pacífico y el Altiplano; dos culturas tan parecidas y tan ricas musicalmente le están dando la bienvenida a esos sonidos asquerosos.
Y no solo están dejando atrás una riqueza musical y folclórica enorme, también a través de sus emisoras y medios, exponen a la juventud a esa plaga llamada reggaetón.
Hay que retar a los Reykon, a los J Balvin, a los Wisin y a los Yandel… No son capaces de hacer nada sin sus pistas y sin sus ridículos loops… ¡No son nada, no valen nada y no aportan nada! ¿Sabrán solfeo, escalas y entonación? ¿Serán capaces de afinar una guitarra? Es más ¿sabrán qué es una guitarra?
Pero ellos -los reggaetoneros-, son víctimas. Son las víctimas del poco criterio profesional que hoy en día tienen las discográficas y en la poca calidad editorial y de selección de contenidos de las emisoras y los medios de comunicación musicales. El reggaetón sin los medios no es nada… el reggaetón sin esos videos aberrantes no es nada… El reggaetón no es nada.
Es verdad que estamos en sociedades libres, democráticas (ejem… pensemos que sí), en las que todos tienen los mismos derechos y que si estos personajes quieren ser famosos, están en su derecho legítimo de intentarlo. Pero por favor, la objetividad ante todo y ante todo también, asumir responsabilidades y acá es a las discográficas a las que hay que pasarles factura por el daño social que han causado con el reggaetón.
Basta… a esa plaga llamada reggaetón hay que erradicarla.
Julián López Cortés
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Esta columna se publicó el 5 de julio del 2013 en blog.paxmagazine.com
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